"LAS HIJAS DEL BATALLON"
Uno de los componentes más romántico de la Campaña de 1909 lo constituyeron la cantineras con su animosa presencia en los campamentos, calles de la ciudad e incluso línea de combate. Por ello no es difícil encontrar en los diarios, revistas y libros que plasmaron el devenir de estos graves sucesos, semblanzas acerca de estas señoritas y señoras..
Uno de estos comentarios sobre las cantineras se lo debemos al escritor y periodista Enrique López Alarcón, quien luego de publicarlo en el periódico “El Mundo Militar”, formó parte del libro “Melilla, 1909. Diario de la guerra, escrito durante las operaciones militares en el Rif”. Interesante obra de la que conocemos dos ediciones.
Apareciendo el epígrafe al que nos referimos en las páginas 278 – 280 de una de estas ediciones.
"LA CANTINERA
El regimiento del príncipe, número 3 de la división Sotomayor, ha traído consigo su cantinera de España. Perdonadme si al hablaros de ella menoscabo y debilito un poco la leyenda de “las hijas del batallón” y el prestigio universal, poético y folletinesco de las cantineras.
Yo vi por primera vez a esta intrépida mujer en la calle del General nacías, junto a la Puerta del Campo. La dama era el eje de un grupo de soldados del regimiento del Príncipe. Hablaron animadamente un momento y luego se separaron, partiendo los soldados hacía el camino de Rostrogordo y la cantinera hacia el muelle de desembarco, donde debía de reclamar tres o cuatro fardos, que era la impedimenta y la existencia de la cantina.
La cantinera andaba delante de mí con mucha marcialidad, la cabeza alta, un poco retrepada de la cintura, moviendo los brazos como péndulos. Caminaba de prisa e iba a cuerpo gentil. Llevaba el vuelo trasero de la falda sujeto y prendido entre la cinturilla del vestido. Este ardid la dejaba libre de la enfadosa traba de tener que recogerse las faldas al andar por la calle y daba al aire unas alpargatas iguales que las de la tropa y unas medias a rayas rojas de mucha bizarría; eran unos bajos de obrera trabajadora y limpia.
Tiene la cantinera la nariz corta, los ojos chicos y la boca grande. Pero su cara indica simpatía y franqueza, y es más picaresca que hermosa. Si os digo, por fin, que representa unos treinta años, queda completo el retrato de esta mujer atrevida, desenfadada y simpática.
La cantinera del Príncipe vivía de su cantina en Gijón, donde esta fuerza tenía un destacamento. Al concentrarse las compañías del Príncipe, la cantinera se movilizó con las tropas a que ella se adscribía, y vino a Melilla.
Viste, para estar en la guerra, falda de cretona gris, tenuamente rameada de negro y una guerrera azul de topa con el número 3 en el cuello. Un verdadero traje de campaña.
Yo la vi luego en el muelle, al día siguiente de llegar el regimiento, reclamando los fardos que había traído consigo; después contrató su carromatillo a un hebreo que andaba de cabeza ante la verbosidad y la decisión de aquella mujer privilegiada, y partió, llevando ella, con su despejo y ánimo al carromato, al macho y al judío.
Con el carro hizo como una huída presurosa hacia las alturas de su campamento. Yo la dejé que se marchara tranquila, sin preguntarle su nombre ni otros detalles. ¿ Para qué poner al remate de estas líneas un nombre vulgar que nos acabe de destruir el prestigio de su dueña? Para mi y para mis lectores y para el pueblo entusiasta y pintoresco, estas mujeres se llaman todas los mismo; todas se llaman Madame Sans-Gene".
Uno de estos comentarios sobre las cantineras se lo debemos al escritor y periodista Enrique López Alarcón, quien luego de publicarlo en el periódico “El Mundo Militar”, formó parte del libro “Melilla, 1909. Diario de la guerra, escrito durante las operaciones militares en el Rif”. Interesante obra de la que conocemos dos ediciones.
Apareciendo el epígrafe al que nos referimos en las páginas 278 – 280 de una de estas ediciones.
"LA CANTINERA
El regimiento del príncipe, número 3 de la división Sotomayor, ha traído consigo su cantinera de España. Perdonadme si al hablaros de ella menoscabo y debilito un poco la leyenda de “las hijas del batallón” y el prestigio universal, poético y folletinesco de las cantineras.
Yo vi por primera vez a esta intrépida mujer en la calle del General nacías, junto a la Puerta del Campo. La dama era el eje de un grupo de soldados del regimiento del Príncipe. Hablaron animadamente un momento y luego se separaron, partiendo los soldados hacía el camino de Rostrogordo y la cantinera hacia el muelle de desembarco, donde debía de reclamar tres o cuatro fardos, que era la impedimenta y la existencia de la cantina.
La cantinera andaba delante de mí con mucha marcialidad, la cabeza alta, un poco retrepada de la cintura, moviendo los brazos como péndulos. Caminaba de prisa e iba a cuerpo gentil. Llevaba el vuelo trasero de la falda sujeto y prendido entre la cinturilla del vestido. Este ardid la dejaba libre de la enfadosa traba de tener que recogerse las faldas al andar por la calle y daba al aire unas alpargatas iguales que las de la tropa y unas medias a rayas rojas de mucha bizarría; eran unos bajos de obrera trabajadora y limpia.
Tiene la cantinera la nariz corta, los ojos chicos y la boca grande. Pero su cara indica simpatía y franqueza, y es más picaresca que hermosa. Si os digo, por fin, que representa unos treinta años, queda completo el retrato de esta mujer atrevida, desenfadada y simpática.
La cantinera del Príncipe vivía de su cantina en Gijón, donde esta fuerza tenía un destacamento. Al concentrarse las compañías del Príncipe, la cantinera se movilizó con las tropas a que ella se adscribía, y vino a Melilla.
Viste, para estar en la guerra, falda de cretona gris, tenuamente rameada de negro y una guerrera azul de topa con el número 3 en el cuello. Un verdadero traje de campaña.
Yo la vi luego en el muelle, al día siguiente de llegar el regimiento, reclamando los fardos que había traído consigo; después contrató su carromatillo a un hebreo que andaba de cabeza ante la verbosidad y la decisión de aquella mujer privilegiada, y partió, llevando ella, con su despejo y ánimo al carromato, al macho y al judío.
Con el carro hizo como una huída presurosa hacia las alturas de su campamento. Yo la dejé que se marchara tranquila, sin preguntarle su nombre ni otros detalles. ¿ Para qué poner al remate de estas líneas un nombre vulgar que nos acabe de destruir el prestigio de su dueña? Para mi y para mis lectores y para el pueblo entusiasta y pintoresco, estas mujeres se llaman todas los mismo; todas se llaman Madame Sans-Gene".
Nota:
Como pensamos rescatar próximamente varios textos relativos al protagonismo de las cantineras en la Campaña del 9, complementádolos entonces con imágenes de 1909. Ahora hemos decidido ilustrar esta entrada con dos imágenes de cantineras, correspondientes a la Campaña de Melilla de 1893.