Alarma en Melilla, en la noche del 24 al 25 de julio Bajo el título de “Noche de Alarma”, se daba a conocer en el rotativo madrileño “La Correspondencia de España”, la siguiente noticia, la cual debió de ser vivida por el general Pintos, el cual, se hallaba en el Campamento del Hipódromo, en las proximidades de Melilla, cito textualmente: “…Poco después de las seis de la tarde del sábado 24, uno de los moros confidentes al servicio de España comunicó que el enemigo se atrincheraba en aquellas laderas y estribaciones del Gurugú, que dominaban ambas líneas, y que, siguiendo su traidora táctica, llamaba la atención sobre los puntos de atrincheramiento para caer sobre la segunda caseta, que, como ya he dicho, es el parque de aprovisionamiento del campamento de Sidi Musa, y del que ocupan las fuerzas del general Imaz. Nuestras fuerzas hacían acopio de municiones para defenderse contra un probable ataque , la brigada del general Pintos se extendía delante de los fuertes, el batallón de Barbastro aseguraba su posición sobre los lavaderos de mineral de la Compañía Norte Africano y la Posada del Cabo Moreno, y el batallón de Cazadores de Estella vigilaba detrás de las alambradas del Hipódromo. El general Marina y el de brigada López Pintos (debió de confundirse el periodista Rodríguez de Celis, con Pintos Ledesma), , revistaban la línea de defensa. Cuando se dirigían hacia el Hipódromo, el enemigo apostado en unas lomas cercanas , disparó contra el grupo que formaban ambos generales y su escolta. De improviso se oyeron algunos disparos más próximos, y el cabo de la escolta de caballería del general Pintos caía herido de un balazo en le espalda. La noche cerraba; la luna, testigo impasible de estos últimos combates, se ocultaba, y en la plaza y en los barrios extremos de Triana, Buen Acuerdo, el Polígono y Reina Victoria, esperaban los vecinos la triste sonata de los cañonazos y de los disparos de fusil, que estorbaban el sueño desde hace días. A las diez de la noche, el Barrio del Polígono empieza a desalojarse; a las once la mayor parte de los que habitan en el de Reina Victoria empiezan a entrar en la plaza, y los de Buen Acuerdo y los de Triana se preparan para hacer lo mismo, en cuanto se adivine que el enemigo se acerca. La alarma es injustificada. Las tropas cubren una extensa línea de fuego, en los fuertes se vigila arma al brazo, la dotación de la Artillería está al pie de los cañones; pero… ¿Quién es capaz de encontrar un medio que contrarreste la impresión de un terror que han producido en Melilla los últimos sangrientos combates?. En el Hipódromo se oyen descargas cerradas. A las dos de la madrugada el fuego parece generalizarse; el velo negrísimo de la noche se rasga algunas veces con el vivísimo resplandor de las descargas de fusilería. Pero tan cerca, tan encima de nosotros, que los corazones más animosos, no familiarizados con los desastres de la guerra, sienten conmociones, vacilan y no pueden menos de pensar en un refugio que les libre de una tal vez improbable acometida del enemigo. El barrio de Triana comienza el pánico a arrojar de los míseros hogares a familias enteras. Unos soldados del batallón de Estella aseguran que el enemigo ha entrado en el Hipódromo, que por todas partes hormiguean y en todas direcciones hacen descargas, y ante esta falsa noticia que han fabricado en colaboración las aún latentes emociones de la sangrienta jornada de ayer y la inconsciencia,, se inicia la desbandada y por el puente sobre el río Oro y por la playa se ven entrar en la plaza a hombres, mujeres y niños en medrosa caravana. Era un espectáculo tristísimo. Yo llegué hasta el mismísimo puente, cerca del destacamento del Zoco, que hizo una descarga, y a mi paso encontraba grupos de mujeres y niños que huían de sus viviendas con paso ligero, sin osar dirigir atrás la vista, como quien escapa de un incendio que avanza amenazador, terrible. Mientras, en el muelle, miles de criaturas se cobijaban, creyéndose seguras contra la invasión de los salvajes rifeños, formando ranchos, agrupaciones de personas que calladas, sin articular palabra, casi echadas unas encima de otras, esperaban con angustiosa inquietud que la aurora disipase las sombras de la noche. En el campo, el ruido de las descargas hacía pensar a los menos egoístas en la triste suerte que corrían nuestros soldados, imaginando trágicos momentos de lucha, ayes de dolor, ríos de sangre… Y la mañana no venía…Parecía que la luz retardaba su llegada por no alumbrar tanto desastre. A las tres y media, y conducidos del brazo por soldados, entraban tres heridos. Eran sus heridas leves; pero la impresión entre los que los vieron fue terrible. Por fin el alba llegó pura y tenue y la tranquilidad se hizo en los espíritus. Se supo que sólo había cuatro heridos , ninguno de ellos grave, y se supo también que cuarenta o cincuenta enemigos habían traído en constante jaque durante toda la noche a nuestros soldados. Una confusión, un grito entre los soldados de Estella pudo ocasionar una terrible hecatombe. Se creyó que el Hipódromo estaba rodeado de rifeños. Una sección hizo fuego contra la retaguardia, y si la previsión de los jefes no hubiera detenido el ímpetu de nuestros soldados, la noche del 24 del actual sería memorable por lo trágica y por lo luctuosa. La mañana, calurosa, con un viento que abrasa al azotar en la cara, parece tranquila. Una sección de Caballería hace la descubierta, sin oír más que tres o cuatro disparos. El fuego de cañón comienza. El tímpano se ha familiarizado de tal suerte con las detonaciones, que los cañonazos que disparan los fuertes próximos, no causan ya la menor impresión. A las ocho de la mañana, momentos antes de disponerme a descansar unos minutos, olvidando las emociones sufridas durante la noche, escribo estas líneas a la ligera, sin saber ni como ni cuando saldrán de aquí…Rodríguez de Celis, Melilla, julio 1909…” Hans Nicolás i Hungerbühler. |
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